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Las reformas modernizadoras emprendidas por el Sha Reza Pahlevi en el marco de una dictadura corrupta y bajo una fuerte influencia norteamericana engendraron un importante descontento social, prontamente encauzado por el clero chiíta.
Pese a la brutal represión de las fuerzas policiales, largos meses de protestas desencadenaron la huida del Sha y el fracaso del intento de mantener un régimen pro-occidental bajo el primer ministro Bajtiar. El Ayatollah Jomeini retornó desde su exilio francés el 1 de febrero de 1979 en medio de enormes manifestaciones.
El 1 de abril tras una abrumadora victoria en un referéndum, Jomeini proclamó la República Islámica a la que pronto se dotó con una Constitución que reflejaba los ideales de gobierno islámico. Inmediatamente se tomaron medidas fundamentalistas y comités revolucionarios patrullaron las calles para obligar a cumplir los códigos de comportamiento y vestido. Mientras el régimen trataba de borrar cualquier vestigio de influencia occidental.
El sentimiento antiamericano se desbordó el 4 de noviembre de 1979 con el asalto por estudiantes islámicos de la embajada de EE.UU. Cincuenta y dos súbditos norteamericanos fueron mantenidos como rehenes hasta el 20 de enero de 1981. El nuevo Irán islámico se enfrentaba directamente con las dos superpotencias.
Los primeros años del gobierno revolucionarios se caracterizaron por la virtual eliminación de toda la oposición política en el marco de una represión brutal. El estallido de la guerra con Irak en septiembre de 1980, tras la agresión del régimen de Saddam Hussein, supuso una verdadera tragedia para ambos pueblos y fortaleció aún más la dictadura de los clérigos chiítas.
El fin por extenuación de la guerra en 1988 y la muerte de Jomeini en 1989 abrieron una nueva etapa en la historia del Irán islámico.
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