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San Francisco Javier, lienzo de Juan Manuel de Silva, ermita de La Concepción. En la esquina, el mártir Jose de Arce y Rojas.
- Los Jesuitas en La Palma
Desde el año 1566, el Iltmo. Sr. Obispo de esta Diócesis don Bartolomé de Torres había traído consigo a los primeros padres de la Compañía de Jesús, solicitados a San Francisco de Borja, en ese momento General de la Orden, quienes "principiaron dichos Padres á hacer en las islas Canarias una verdadera revolucion religiosa".
Prácticamente todos los pueblos del Archipiélago les pedían que se asentaran en sus municipios para así poder fundar Casas en estas islas. Tanto es así que incluso las clases más acomodadas les ofrecieron su protección y legaron en su favor grandes cantidades de dinero para que "procurasen dicha fundacion".
Consecuentes con su lema "ad majoren Dei gloriam", se esforzaron por levantar el espíritu religioso de los pueblos, así en sagrada cátedra como en el confesionario, dedicándose también a la instrucción de los fieles por medio de la doctrina y de otros ejercicios espirituales. Tal fue así que los Cabildos de La Palma y de Tenerife, comprobando los eminentes servicios que los religiosos prestaban a la causa del cristianismo y a la instrucción popular, solicitaron a los poderes públicos el establecimiento en Canarias de un Colegio dirigido por tan sabia institución.
Sin embargo, tras la muerte del Obispo Torres en 1568, los Padres Jesuitas regresaron a la Península sin haber hecho fundación alguna en las Islas, "con mucho pesar de sus habitantes".
En 1570, con el cruel tormento al que fueron sometidos los "Beatos Mártires de Tazacorte" a manos de los piratas hugonotes, el Padre Ignacio de Acebedo y su grupo de 39 jesuitas misioneros "á la vista del puerto de Tazacorte en esta isla de La Palma (...) vino a hacerlos - a los jesuitas - más célebres y deseados".
Ya en el año 1613 volvieron a Canarias dos jesuitas que causaron gran admiración y entusiasmo con su predicación. Nuevamente se les propuso fundar la Casa, pero no pudo ser posible a causa "de las contradicciones de las órdenes religiosas anteriormente establecidas". Sucedió lo mismo con las visitas de los jesuitas en los años 1631 y 1660. También encontraron oposición en los dominicos y franciscanos, a pesar del entusiasmo con el que el Cabildo secular y los vecinos pedían su establecimiento.
El padre jesuita Luis de Anchieta, natural de La Laguna, finalmente obtuvo las licencias necesarias para fundar "su casa ó colegio en la villa de La Orotava". Una de las causas que se barajaron fue el que don Juan de Llarena y Cabrera otorgase su testamento a favor de la Compañía de Jesús. El religioso había escrito una obra histórica titulada "Excelencias de las islas Canarias", publicada en 1679 con el nombre de D. Cristóbal Pérez del Cristo. Falleció en Las Palmas en 1685 a la temprana edad de 37 años.
En 1722 llegaron dos Padres Jesuitas "Alonzo" Cadenas y Félix de Urruela que, con su verborrea nuevamente despertaron el deseo ciudadano de que la Compañía se asentase en la capital, máxime teniendo "Casa é Iglesia", que a favor de la misma había legado el difunto Sr. Don Luis de Arce. Tampoco fue posible, por lo que los jesuitas "no se cuidaron mas que de la predicacion siguiendo su destino á Tenerife, y la fundacion de los Jesuitas no llego á tener efecto en la isla de La Palma".
- LA HISTORIA FAMILIAR
El patriarca de la familia, el Alférez don José de Arce y Rojas se había asentado en La Palma, procedente de Garachico, en 1640, para establecer un comercio de mercería. Natural de Angra, en la isla de Terceira (Azores), llegó a ser Regidor Perpetuo del Cabildo "con facultad de vincularlo y trasmitirlo á sus descendientes", título otorgado por el Rey Don Felipe IV el 7 de junio de 1659.
Celebró enlace en la capital de La Palma el 17 de mayo de 1644, con la distinguida dama doña María González de Lima, hija de don Juan González de Lima y doña María González. El matrimonio tuvo tres hijos: don Juan (nacido en 1646, y según el alcalde constitucional Lorenzo Rodríguez "cuyos primeros sueños fueron arrullados por las espantosas detonaciones del primero de los volcanes de Fuencaliente y por terribles sacudimientos ó temblores de tierra..." ), y don José y don Luis de Arce y Rojas, nacidos respectivamente en 1651 y en 1659.
Los Regidores Perpetuos de La Palma, encabezados por don Andrés Lorenzo Salgado, se atrevieron a desoír las órdenes del Rey, negándose a darle la posesión. Su argumento se basaba en que "su cualidad de extranjero no era noble y que su ocupacion ordinaria era el comercio".
Por supuesto, don José de Arce, se dirigió nuevamente a Su Majestad adjuntando a su carta todos sus títulos nobiliarios. La Real Cédula no se hizo esperar, y la orden fue lógicamente acatada de inmediato por el Cabildo.
No sólo desempeñó finalmente el puesto de Regidor Perpetuo del antiguo Ayuntamiento de esta isla, sino también los empleos de Alférez, Veedor y Contador de la gente de guerra, Capitán y Sargento Mayor de las Milicias insulares, "que eran muy pocos los que los obtenían". También Veedor de las materias de contrabando.
Había mandado traer a Santa Cruz de La Palma una imagen del Glorioso San Francisco Javier, Apóstol de Las Indias, "como lo eran sus hijos". Una vez recibida, fue entronizada en una "Ermita junto á las casas de su habitación", Santuario que había mandado edificar en la Calle Real del Puerto de la capital palmera. Actualmente la bella efigie se venera en el templo del ex convento dominico de San Miguel de Las Victorias, actual iglesia de Santo Domingo de esa ciudad.
Es tradición, sin embargo, que la escultura del santo había sido un regalo de los hermanos Jesuitas a sus padres.
Había obtenido la licencia para iniciar la obra de la ermita el 17 de enero de 1672, de manos del Ilmo Sr. Obispo don Bartolomé García Jiménez, conocido prelado por haber iniciado la piadosa costumbre lustral de la Bajada de la Virgen de Las Nieves.
En la solicitud de Don José de Arce consta: "que se hallaba obligado á los beneficios que habia recibido del Cielo, en Haberle dado dos hijos los cuales habian dejado la compañía de sus padres y se habian entrado en la de Jesus, procurando convertir almas para Dios en el Paraguay".
Continuó escribiendo que este hecho había motivado y "dispertado una viva devocion al Apostol de las Indias San Francisco Javier cuya Imagen había llegado á sus manos de hechura muy devota..."
Después de recibir la autorización y la licencia para la erección del oratorio, se procedió a su edificación y se bendijo en 1674. El Licenciado don Juan Pinto de Guisla, Visitador General de La Palma, celebró la primera misa. Así mismo, De Arce recibió un "Buleto del Nuncio de Su Santidad", expedido el 17 de abril de 1677, por medio del cual obtenía permiso para abrir una tribuna que comunicase su casa con la ermita y también otra licencia del Provisor, "en sede vacante", para abrir puerta que comunicara el coro con la casa.
El Sargento Mayor y patriarca de la familia Arce y Rojas, falleció el 11 de abril de 1684. Por este motivo, recayó el patronato de la Ermita y todos los bienes del caballero en su tercer hijo, don Luis de Arce y Rojas.
Casado con doña Catalina Montañés, ambos otorgaron testamento mancomunado el 30 de mayo de 1706 ante el Capitán don Antonio "Vasques", vinculando "con Real licencia", la casa de su habitación, una hacienda en Breña Baja, el Patronato de la Ermita, el Oficio de Regidor Perpetuo y el tercio y quinto de todos sus demás bienes a su hijo, don Francisco Javier Rojas y Montañés, ausente en Manila, Filipinas.
En caso de no haber herederos legítimos, pasaría la Ermita a la Compañía de Jesús para poder fundar un colegio en esta isla. En caso de que tampoco pudiera efectuarse esto, una parte de sus demás bienes para "un Maestro de instrucción primaria que diera educación á la juventud".
Falleció don Luis de Arce y Rojas el 4 de septiembre de 1707 y "como su hijo don Francisco Javier no tratara de posesionarse de su Mayorasgo, quedaron administrandolo los Ves. Beneficiados de la Parroquia del Salvador, que fueron los Albaseas nombrados por aquel".
Su hija, doña Francisca Javier había tomado el hábito de religiosa en el Convento de Santa Catalina de Santa Cruz de La Palma.
- BIOGRAFÍA DE UN SANTO.
Nuestro biografiado, el primogénito legítimo, José de Arce y Rojas, nació en la capital palmera el día 8 de noviembre de 1651. Fue bautizado unos días más tardes en la parroquia Matriz de El Salvador, según consta en su partida de bautizo, custodiada en el archivo del templo.
En el seno de esta familia de "posición desahogada" se criaron los tres hijos: José, Juan y Luis de Arce y Rojas. Los dos primeros fueron educados en el convento de padres dominicos de San Miguel de Las Victorias.
Concluida su primera y segunda enseñanza, José y Juan fueron enviados a la Península para que siguiesen la "carrera literaria". El convento dominico de San Miguel de las Victorias de la capital palmera, donde iniciaron sus primeros estudios, se había fundado en 1530, habiendo mantenido las cátedras de Gramática, Teología y Filosofía. Sin embargo, estos jóvenes "habian nacido con verdadera vocacion al estado eclesiastico", por lo que, después de cursar los primeros estudios de la carrera de Derecho en el Colegio de San Hermenegildo de Sevilla, ingresaron en la Compañía de Jesús.
El profesor Martín González en su obra sobre la biografía del religioso palmero, nos dice que en aquella época "contaba tan sólo con 17 años, era blanco, alto, de pelo castaño y tenía un lunar en el carrillo derecho".
En la ciudad hispalense, José de Arce se había distinguido entre sus compañeros. Los Padres Jesuitas, ante el valor intelectual de nuestro biografiado, le habían hecho abandonar su verdadera vocación de leyes, instándole a ingresar en la Compañía fundada por San Ignacio de Loyola, "que tanto honor iba le iba a dar a nuestro don José y a la tierra que le vió nacer".
En el Colegio de San Ambrosio de Valladolid, los dos palmeros sobresaldrían en las materias eclesiásticas y en las ciencias "hasta entonces conocidas".
Se cuenta que ambos hermanos fueron agraciados con el don de la elocuencia. Así, en todos aquellos templos abarrotados en los que pronunciaron sus discursos y homilías, así como en numerosos colegios peninsulares, tanto en Valencia, Valladolid, Salamanca, Sevilla..., fueron muy elogiados.
Se dedicaron a la enseñanza y "á las Misiones". A la hora de profesar, renunció sus legítimas paterna y materna en el Padre Provincial de la Compañía de Jesús de Castilla La Vieja, quien las aplicó en el Colegio de San Ambrosio, para sus necesidades.
Había emitido sus votos en las casas y Colegio de San Luis, de Villa García de Campos, lugar elegido también para otorgar la escritura correspondiente ante el escribano José de Ulloa, el 8 de octubre de 1671.
Su Superior, ante la decisión del palmero de desarrollar su actividad en las misiones, decidió concederle la licencia y lo envió a la América meridional.
Fue Uruguay el primer lugar en el que se asentó. Más tarde, llegó a Buenos Aires en 1674. Allí fundó numerosos colegios y consiguió algo imposible de creer en aquellos momentos: concertar las paces entre unas poblaciones indígenas históricamente enfrentadas, los guaraníes y los guanoas.
Fue Rector del Colegio de la Villa de Tarija durante los tres años que duró su estancia en Bolivia.
Una vez en Paraguay, se convirtió en el Padre Superior en las reducciones de los indígenas. Allí catequizó "á aquellos indios con mucho aplauso y aceptacion de sus hermanos y superiores".
El Reverendo Padre José de Arce y Rojas fue una eminencia en el campo de las ciencias y de "las virtudes". El Padre Gerónimo de Herrera, en su historia de las Indias del Paraguay hace una larga "y gloriosa memoria de este Jesuita Palmero", llamándole "Apostol de dicha region y fundador de la mision de los pueblos Chiquitos".
Como refleja el cronista y alcalde don Juan Bautista Lorenzo Rodríguez en su completa y variopinta obra "Noticias para la Historia de La Palma", el Padre José de Arce "no solo figuró en su Compañía como catequista incansable, misionero y orador elocuente, sino tambien como fundador de nuevas Casas de mision con objeto de propagar la fé y de extender mas y mas la Religion del Crucificado".
El religioso Antonio Rivas y José de Arce entablaron a finales de 1691 buenas relaciones con un pueblo de las zonas bajas de Bolivia, llamado "Los Chiquitos". Se cuenta que este nombre se debió a las reducidas dimensiones de las puertas de las casas. Esto hizo que los conquistadores españoles pensasen en que se hallaban ante un poblado de indígenas de baja estatura. Realmente las chozas eran así confeccionadas para evitar las molestias producidas por las moscas y mosquitos que abundaban en la región, especialmente en la época de lluvias.
Curiosamente, los chiquitos eran más altos y fornidos que los habitantes del Altiplano. Los adultos lucían un magnífico cabello negro, mientras que los jóvenes de ambos sexos tenían la cabeza afeitada, conociéndose como los "pelados", y no se les permitía tener el cabello más largo hasta que se casaban. Todavía se conserva en el Oriente boliviano la palabra pelado para referirse a los adolescentes.
Las relaciones con los "chiquitanos" fueron cada vez más profundas e intensas. No querían que los religiosos los abandonasen. En aquel entonces poblaban la Chiquitanía indios de diversas etnias: chiriguanos, payahuas, zamucas, puysokas y ellos, los chiquitos.
Una época en la que, según el viajero español Ciro Bayo que los visitó en el siglo XIX, era común el infanticidio, especialmente cuando el parto era gemelar. También, como símbolo de hospitalidad, ofrecían a las jóvenes vírgenes de sus tribus a los forasteros.
En diciembre de 1691 fundaron la primera reducción de jesuitas llamada San Francisco Javier, inicio de la Evangelización de esas regiones, que ya en 1991 celebró su tricentenario. Como símbolo, los padres José y Pedro, ayudados por el poblado, erigieron una gran cruz de madera que se divisaba desde lejos.
Destinado por el Rey don Carlos II para entrar en tierra de "patagones", se le cambió la orden para que reconociera a los "chiriguanás".
A lo largo de treinta y nueve años, llevó a cabo un meritorio y difícil trabajo en las misiones, no exento de peligros y riesgos. Su férrea voluntad y su fuerte vocación evangelizadora pudieron con todos los graves obstáculos que iba encontrando día a día.
Numerosas tribus de aquella gran zona del Paraguay se beneficiaron de sus fundaciones: los chiquitos, borós, tabicás, piñocas, guaraníes, taucas y perroquis. Llegó a dominar las lenguas guaraní, chiquito, quichuo, chiriguaná y payaguá, tan necesarias para las conversiones que realizaba en todas las iglesias de su fundación. Le siguieron las misiones de San Rafael y San José de Chiquitos.
De las veintinueve reducciones que fueron fundadas por los misioneros jesuitas en la actual Bolivia, se conservan siete de sus iglesias, que hoy pertenecen al Patrimonio de la Humanidad; junto a ellas, constituyen su gran tesoro cultural millares de páginas de música barroca, algunas, como nos dice Vara y García, "partituras originales de notables músicos de la época y otras, de una especial simbiosis e aquel momento musical mezclado con elementos indígenas".
Circunscribiéndose a su actuación en la actual Bolivia, la colonización de los jesuitas comenzó en 1572 en la Audiencia de Charcas y, seis años después en Santa Cruz de la Sierra, desde donde se extendieron hacia Moxos (en el actual departamento boliviano del Benil) y a la Chiquitanía. Esta región actualmente suscita mucha atención, no sólo por su interés antropológico o cultural sino porque constituye una parte importante del departamento de Santa Cruz de la Sierra, el más desarrollado del país. Estamos hablando de una inmensa zona: una superficie superior a la Península Ibérica en la que los jesuitas ejercieron su acción misional.
Lorenzo Rodríguez, vagamente y con inexactitud geográfica, narra así la noticia de la muerte del mártir palmero: "Se ignora el lugar y la fecha en que falleció el Reverendo Padre don José de Arce y Rojas, ornamento de la Compañía de Jesús por sus virtudes y ciencia. Ha llegado a nosotros la noticia que murió mártir en Japón en olor de Santidad".
También el historiador palmero Fernández García, en su reportaje editado en la prensa local, decía: "El Padre de Arce y Rojas, después de terminar la evangelización, marcha al Extremo Oriente, más concretamente al Japón, donde muere martirizado por aquellos infieles". Es probable que ambos estudiosos se hayan referido a un sobrino de José de Arce, el también jesuita Francisco Javier de Arce y Montañez del que se cuenta que murió mártir en Manila, no en Japón.
Realmente fue el 15 de diciembre de 1715 cuando fue asesinado salvajemente, junto con el padre Bartolomé Blende, por los indios de Matto Grosso meridional (Brasil), los "payaguás" mientras exploraban los posibles caminos de Chiquitos a Paraguay. En otro estudio sobre el mártir palmero, Carlos Vara y Luisa García nos dicen que "José Arce, fundador de San Javier, primera reducción de Chiquitos, también murió a manos de los indios payahuas, en 1718" (véase la inexactitud cronológica).
Estos rebeldes a la catequización, tras martirizarlo, entregaron su cadáver a los "guaycurús", quienes vejaron su cuerpo. Luego lo ataron a una cruz de madera y lo lanzaron río abajo hacia las cataratas, instante que ha quedado perpetuado en las primeras imágenes de la película "La Misión" (1986).
Terminando con las palabras del ilustre maestro de investigadores y cronista oficial de esta ciudad, don Jaime Pérez García: "Lo mundano de su existencia se caracterizó por lo frugal de su comida y lo humilde de su vestimenta, en contrapartida a lo glorioso de su memoria. Se le recuerda como "APOSTOL DEL PARAGUAY".
Casa de José de Arce en Santa Cruz de La Palma.
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