Publicado por
....
El que llegaría a ser considerado como el pintor más representativo y destacado de Canarias en el siglo XIX nació en la capital de La Palma el 3 de febrero de 1843. Fue hijo de María Méndez Espinosa y del artesano Santiago González. Su padre era un ebanista muy conocido en la ciudad por su seriedad y por su habilidad en el oficio. Con su modesta y numerosa familia vivía en la Calle de la Virgen de La Luz (hoy con el número 14), en el histórico Barrio de San Telmo. Manuel José de Santa Apolonia González Méndez tuvo ocho hermanos: Bernabé, Juan, Fulgencia, Santiago, José, Isidro, Sofía y Vicente.
Manuel es un niño despierto y agudo. Racional e inspirado, tan pronto sorprende por su facilidad para el dibujo y cualquier tarea manual, como para entonar con afinado estilo una canción de la época o el aria de una ópera famosa, oída desde la calle a su paso ante una casa ilustre o en las sociedades de los más pudientes.
Siendo aún pequeño, estudia en la Escuela Lancasteriana y en la Escuela de Dibujo fundada en 1840 por Blas de Ossabarry. Su padre muere cuando Manuel tiene trece años y debe ayudar a su madre y a sus hermanos en diversos trabajos como carpintero, encuadernador, etc. Aunque su salud era débil desde que se le diagnosticara una bronquitis crónica, su capacidad para aprender no conocía límites. Ortega Abraham escribió que, en su ciudad natal, brilló con luz propia en los ambientes literarios y fue reconocido pronto y bien por todos sus coetáneos.
En su juventud también cultivó otras manifestaciones artísticas, como la música y la escultura. Gracias a su buen oído y buena voz pudo lograr plaza en el prestigioso y selecto coro de la parroquia de El Salvador. El incansable artista liberal se esforzó y consiguió hacer todos y cada uno de los encargos que se le iban acumulando. Así, realizó para los dramaturgos locales una serie de escenografías que alcanzaron buena crítica, o numerosos retratos de amigos y familiares que perpetuarían rostros y momentos. Sin embargo, se comenzaba a sentir algo agobiado porque La Palma no colmaba todas sus expectativas. Para alimentar su infinita ambición y ansia de conocimiento, necesitaba salir a conocer el mundo que existía fuera de su amada isla. Por este motivo, no quiso desperdiciar la oportunidad de ir a visitar a su hermano Juan, que ya residía en La Orotava. En Tenerife conocería a varios músicos, políticos e intelectuales. Una de las grandes amistades conseguidas en aquella etapa y que duraría para siempre fue la del pintor Felipe Machado. Méndez estudia en La Laguna durante el curso 1859-1860 y se inscribe en el coro de la Catedral. Son frecuentes sus viajes a La Palma, sobre todo para encontrarse con su familia y amigos y a descansar de su enfermedad crónica mientras se distraía pintando retratos familiares y leyendo.
En palabras del recientemente fallecido cronista de su ciudad natal, Pérez García, Manuel fue artista de variada producción y fuerte personalidad, rico en matices, de una maestría exquisita, magnífico dibujante y seguidor de los cánones académicos, dominó por igual el óleo y la acuarela y se distinguió tanto por sus retratos y escenas bretonas como por sus paisajes.
Si bien comenzó su trayectoria artística en La Palma, su formación verdadera la realizaría en la Academia Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife en 1868. En la capital provincial, como ocurriese en su tierra natal, pronto fue reconocido como artista especial y logró gran prestigio. Se matriculó en todas las disciplinas que se impartían a dicha academia: dibujo lineal, figura, adorno, aritmética y geometría básica para dibujantes, aplicación a las artes, fabricación, modelado y vaciado. Fue un alumno aventajado y sus maestros alaban su buen quehacer. Después de 1869, con la libertad de enseñanza, la institución de Bellas Artes comienza su declive debido al escaso patrocinio municipal. Esta circunstancia, unida a otras, hizo que el polifacético palmero se decidiera por lanzarse a la aventura de Europa.
Palmero recalcitrante y agradecido, González Méndez no dejó nunca de hablar en plural cuando se refirió a Canarias y, en cierta ocasión, le dijo a Estévanez que en sus ‘dos patrias chicas siempre florecían los almendros’.
Con veintisiete años y ya en Madrid, se relaciona con políticos liberales, artistas consumados, maestros, ingenieros, críticos, etc. Se deleitaba en El Prado, magnífico museo que visitó por primera vez en 1870. En todos los museos a los que iba se preocupaba del tratamiento de la luz y aprendía observando con detalle todas las obras de los grandes maestros. Los amplios salones cuajados de tesoros pictóricos eran recorridos una y otra vez por Méndez y su gran amigo Maffiotte.
Es el caso que mi amigo Méndez, artista de corazón, encerrado en las peladas rocas afortunadas, sin más protección que su trabajo y su perseverancia, sentía la imperiosa necesidad de tomar aire fuera de los patrios lares, donde los medios de estudio para un arte tan serio son nulos de todo punto; y aferrado en esta idea, con la tenacidad que le es característica, trabajó sin descanso para allegar algunos recursos con los que, atravesando el Atlántico proceloso, vino a dar en este otro océano sin fondo y sin orillas que se llama París.
Sentía gran tristeza porque en España no había conseguido la oportunidad que ansiaba. Por ello había viajado a Francia, país que le da de comer, techo, escuela, trabajo y fama. Sus comienzos en París habían sido muy difíciles. Antes de que llegase el momento de consagración como artista, para subsistir tuvo incluso que pintar abanicos. Pintó también tarjetas postales, álbumes, bocetos… Esculpió figuras en mármol y madera, aderezó muebles, etc. La guerra de Prusia con Francia hizo que la situación económica se volviese desesperada. Pasó verdaderas calamidades y sintió hambre e inseguridad.
Asistió a la Escuela de Artes Decorativas donde fue galardonado por una de sus obras en 1872. Se trataba de un bajorrelieve con figuras de guerreros y odaliscas orientales.Tres años más tarde sus primeros y alabados cuadros serían expuestos en la capital francesa, coincidiendo con la Exposición Universal. Gracias a su primer maestro Amado Millet conoció el arte parisino y lo relacionó con sus valiosos contactos.
El crítico Juan Maffiote había dicho que, en cuanto a su escultura, las mejores disposiciones de Méndez son sin duda para este arte y lo prueba el que gracias a su consejo, aparecerá en uno de los mejores monumentos del mundo, una composición escultural distinta de la que había concebido el artista encargado de ejecutarla, e indiscutiblemente más bella y apropiada. Se refería a la gigantesca estatua de Vereingtowix, realizada por Millet -maestro de Méndez- en 1865.
Tras su paso por esa prestigiosa entidad, continuó en la Escuela de Bellas Artes donde el maestro Juan León Jérôme (aparece escrito también Gérome) le ayudaría a perfeccionar la técnica pictórica. Este prestigioso artista, muerto en 1904, lo había puesto en contacto con el gran maestro Delaroche y lo había convencido para que se inscribiera en la Academia. Poco a poco su economía va mejorando y, gracias a los encargos, puede montar un amplio estudio. Con sus ahorros logra volver a Canarias en 1874. En su tierra estudia los paisajes y hace esbozos de los diversos tipos y personajes, como el pobre pescador de Güímar, conocido como Juan Chichí. En La Palma acude a fiestas y saraos. Quiere recuperar el tiempo perdido fuera del terruño amado. De esta etapa es el magnífico cuadro La Romería de Santa Lucía, su cuadro más representativo del costumbrismo canario. En la actualidad está colgado en el salón noble de las Casas Consistoriales de Santa Cruz de La Palma.
De regreso a Francia, fue premiado en la Exposiciones Universal de París de 1875 (así como también en las de 1889 y 1900). Entre finales de 1875 y principios del siguiente, recorre España desde Madrid a Andalucía, pasando por Toledo. En la Península toma nota en sus omnipresentes cuadernos acerca de todo lo que ve y le gusta, como rasgos de personas, su anatomía, detalles de arquitectura, paisajes, etc.
Vuelve a Francia y en 1878 logra ser admitido como expositor oficial en el célebre Salón de París. Su prestigio va en aumento. Su obra titulada Pescador de Güímar -cuyo modelo era su amigo Juan Chichí- fue incluida -pese a su condición de extranjero- en el catálogo del Salón de Pintores Franceses. Éste fue el espaldarazo definitivo. La crítica se vuelca en elogios y el palmero siente que ha sonado su hora.
En 1880, el mismo salón es un expositor de gala para su retrato de Juan Real. El año siguiente, tras su regreso de Canarias, expone en la misma sala otra de sus obras, Retrato de Señorita. El crítico más exigente de la época, Charles Dignet, elogia al palmero: este retrato encantador me ha chocado por la tonalidad general y armónica. Las carnes son transparentes y su color es verdadero…
En 1881, el periódico nacional El Globo -reproducido más tarde en la Revista de Canarias- publicaba sobre la exposición de Méndez en el Salón de aquel año lo siguiente: Entre los pocos cuadros de pintores españoles que este año han escapado a la censura, un tanto parcial del jurado francés, figura nuestro compatriota el pintor Manuel González Méndez.
Tras una larga estancia en la Península de unos cinco años (entre 1883 y 1888 aproximadamente), regresa a París. Durante su visita española se nutre de muchos modelos de tipos humanos y arquitectónicos. Se cree que el desencanto que sufrió por no ver galardonado su trabajo en su propio país, fue lo que motivó su retorno a Francia. Sus biógrafos lo recuerdan como una persona obstinada y de duro carácter. Su incapacidad de mendigar la presencia en las exposiciones y su exclusión injusta de los catálogos le afirma en la decisión de no presentarse jamás a un certamen.
Hubo muchos rumores en torno a los amoríos del maestro con algunas doncellas y modelos. Se habló de Charlotte Gérome, hija de su maestro; o con una misteriosa muchacha francesa con la que se había carteado. ¿Tal vez se tratara de la misma persona? Se dice que ésta pudiera ser aquella viuda que, tras la Primera Guerra Mundial, visitó Tenerife tratando de encontrar inútilmente la tumba de González Méndez, su verdadero amor prohibido.
Sus constantes y cortos viajes entre Francia y España fueron motivados, en gran medida, por la búsqueda de mejor clima debido a la precariedad de su salud. Era persistente su idea de asentarse en Tenerife, donde quería instalar su casa y su estudio. Sin embargo, no quería desechar su taller parisino. Su economía no era boyante y no podía afrontar con éxito tal aventura. Sí continuó visitando Madrid y Barcelona, donde se relacionó con numerosos artistas, sobre todo pintores españoles, algunos de los cuales ya conocían la obra del maestro palmero en París. Méndez trabaja como agente de ventas en manufacturas isleñas, con productos como mantillas, bordados, calados, estambre y algodón. Una época en la que intimaría con su amigo, el orotavense Felipe Machado. En Güímar logra un merecido descanso, donde su hermano Santiago era el administrador del notable patrimonio familiar de su esposa.
Uno de sus cuadros más destacados fue El consejo del viejo profesor (1882), un óleo sobre lienzo (66 x 50,8 cms) vendido en subasta en la prestigiosa casa Sotheby’s de Nueva York el 25 de abril de 2006. Esta magnífica obra fue incluida en el Album de chefs d’oeuvres de l’école moderne, una selecta publicación especializada en obras maestras de la escuela moderna donde sólo aparecían las más prestigiosas piezas de arte avaladas por la crítica. Otras obras premiadas fueron Un Vieux charron (en la Exposición de 1889), Enrique III (en la de 1900), y Un duel soux Louis XIII.
Tanto en París como en Santa Cruz de Tenerife, ciudades donde transcurrió su vida profesional, expuso sus delicadas obras con gran éxito de crítica y público.
Manuel González Méndez pasó gran parte de su vida en París; ensayó la pintura costumbrista de temas canarios, el retrato y la pintura decorativa, como el techo del salón de actos del ayuntamiento de Santa Cruz.
Ya en Tenerife, obtuvo el codiciado diploma de honor de la Real Sociedad Económica en 1893. En el salón de la actual sede del Parlamento de Canarias se puede admirar dos grandes óleos del maestro. También es autor de la bella decoración de la cubierta del salón noble de las casas consistoriales. En 1902 recibió el encargo de la decoración del Palacio de Justicia y la realización de La Verdad venciendo al Error. Al año siguiente, su admirada obra estuvo presente en la Exposición Económica de Tenerife y en Las Palmas. En 1906 entrega González Méndez los lienzos para el Palacio de la Diputación Provincial. Ese mismo año tuvo el encargo de la decoración de los arcos triunfales que se levantarían en Tenerife en honor del rey Alfonso XIII.
Hace y algunos años abandonó estas islas, su país natal, un modesto joven, cuyas excepcionales aficiones al arte pictórico tan sólo acaso eran conocidas de las pocas personas que, entre nosotros, las cultivan. Este joven era Manuel González Méndez. A París dirigió sus pasos y allí ha visto realizadas las aspiraciones de su alma de artista. El desconocido joven de ayer es el distinguido pintor de hoy. El trabajo y el talento han sido los medios de que se ha valido para conquistar un gran nombre en el gran mundo de la pintura.
Otra prueba del prestigio conseguido por el artista palmero fue el hecho de que su retrato, biografía y su obra fuesen incluidos en la revista gala La Revue du Bien dans la Vie et dans l’Art (la Revista del Bien en la Vida y en el Arte). Los hermanos Romilly habían incluido en aquella edición un juicio crítico del ya famoso maestro pintor. Estos dos literatos franceses, Paul y George Romilly, escribieron: El proverbio de que nadie es profeta en su tierra no tiene valor en España. Las Islas Canarias se enorgullecen hoy de tres de sus hijos igualmente y diversamente célebres: un político, León y Castillo; un novelista, Pérez Galdós, y un gran pintor, González Méndez. Como modesto intérprete, aunque inspirado compositor, un minuet y una Marche Antique fueron unas piezas muy celebradas, incluso por el crítico Miguel Maffiotte La Roche.
Numerosos elogios le tributaron diversos periódicos locales con motivo de su exposición en su tierra. Con mala salud y gran desilusión por algunos altibajos de su éxito en tierras peninsulares, sus paisanos quisieron alentar a su ilustre vecino.
Y hoy le tenemos entre nosotros; hoy se halla de vuelta en el país que arrulló sus sueños de niño. No llega a él como el valetudinario que aspira a recobrar su salud que ha perdido, ni como el desengañado que se refugia en la soledad para olvidar perfidias o desilusiones. antes al contrario, es por fortuna el artista lleno de vida y de salud, que viene a pedir a las Canarias la inspiración de su espléndido cielo y de su exuberante naturaleza, para mostrarla, trasladada al lienzo por su experto pincel, a los asombrados ojos de los que viven bajo el tibio sol y las espesas nieblas del Sena.
Tras sus estancias en Santa Cruz de La Palma y Güímar, regresa a París en 1888 donde expone en el Salón de los Pintores Franceses. Su obra Un vieux charron breton fue muy valorada por el público y por la crítica. Otra obra, Exvoto Bretagne, obtiene la mención de honor en 1889.
De Torres Edwards (1889-1943), reputado pintor y erudito local, había mencionado en una magistral conferencia a los pintores canarios que -según su parecer- eran los mejores de todos los tiempos: Alonso Vázquez, Cristóbal Hernández de Quintana, Juan de Miranda, Luis de la Cruz, Nicolás Alfaro, Valentín Sanz y a Manuel González Méndez. De este último dijo que ...supera a todos los anteriores y anuncia con su obra la floración de los actuales pintores canarios.
Le llueven las distinciones y los premios. En la Corte Española, S. M. la Reina Regente lo distingue como Caballero de la Orden de Isabel la Católica el 20 de mayo de 1889. En 1893 recibió el Diploma de honor en la Exposición de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Fue una gran muestra en la que se dieron cita grandes maestros del arte y de la ciencia. Méndez se encontraba entre lo más granado de la pintura isleña.
En junio de 1896 Méndez también triunfaría en la exposición antológica que tuvo lugar en la exclusiva galería parisina de Georges Petit. Allí presenta ciento cuarenta obras, entre dibujos a lápiz, pasteles, óleos, tinta china…, lo mejor de su etapa bretona, los retratos más personales, algunos bodegones, floreros y paisajes, tomados en sus viajes a Canarias. Difícilmente muestra alguna en ese tiempo contó con tanto refrendo crítico. La prensa especializada y los más feroces críticos alaban la especial obra del gran maestro. No tardaría en conseguir la cotizada Legión de Honor en 1898 y la Medalla de Bronce en la Exposición Universal de París de 1900. Desde entonces ya empezó a ser conocido como uno de los mejores pintores de la época.
Regresa a Canarias en el recién inaugurado siglo XX. Trae en sus alforjas un importante caudal de gran pintura y la acreditación de expositor permanente en los salones franceses. Es una personalidad que, a veces se extrovierte y en otras, sobre todo cuando nota en su entorno celos artísticos o reticencias, se cierra en un círculo concreto: la familia y los buenos amigos.
En Canarias, obtiene plaza en la Escuela Municipal de Bellas Artes tinerfeña. Toma parte en tertulias especializadas donde cuenta sus aventuras y desventuras en el mundo del arte; anécdotas y su experiencia en París y en la Península; habla de un idioma nuevo: el esperanto; explica sus admiradas técnicas, etc.
Sí, lectores, que la estancia de González Méndez en Tenerife, ha sido para mí, entusiasta de todo lo que sea arte, un verdadero filón. ¡Gusta tanto encontrar con quien departir de lo que se lleva dentro, de esa segunda naturaleza, oscura como un oráculo, vaga como un sueño y brillante como una visión…
En Santa Cruz de Tenerife recibirá el más importante encargo de su vida: el pedido de realizar una gran pintura para el recién construido Palacio de Justicia. En marzo de 1902 se acepta unánimemente su proyecto pictórico titulado La Verdad venciendo al Error, que había presentado el artista en un boceto. Regresa a París para trabajar la tela en su taller. Vuelve con el lienzo en otoño tras un viaje por Italia. Ortega Abraham nos recuerda que el seis de noviembre de 1902, apenas habían pasado ocho meses, la Verdad venciendo al Error, enriquece la bandeja central del salón de sesiones. Cobró doce mil pesetas por el encargo. El ocho por ciento exacto del total del edificio, que llegó a las ciento cincuenta mil pesetas… Se trata de una alegoría sobre las ciencias, las virtudes teologales, el comercio, la industria, etc. de la que el consagrado artista palmero se sintió muy satisfecho. Méndez también diseñó los acabados de carpintería.
Su paso por Las Palmas en 1902 le deja un contrato para la realización de unas pinturas del salón noble del Gabinete Literario y expone allí con un gran éxito de público. Después viaja a Tenerife y de allí -en marzo de 1903- a Madrid, donde visita a su amigo Benito Pérez Galdós, a su querido Museo del Prado, etc. Ya en París, termina la obra Portrait de madame para su exposición en el Salón de Pintores Franceses.
Sus viajes entre Canarias y Francia se suceden a lo largo de los cuatro años que van entre 1904 y 1906. Méndez trabaja en los lienzos enormes del Palacio Provincial. Trabaja con gran acierto en el Gabinete Literario de Las Palmas hasta 1908.
Consigue plaza de profesor de vaciado y modelado en la Escuela Municipal de Artes y Oficios. Es curiosa la descripción del maestro que hacen algunos de sus alumnos. Borges Salas, por ejemplo, decía que Don Manuel tenía un bigote muy espeso, algo ceñudo el semblante… Padrón Acosta añadía: … parece mentira, pienso yo, que un pintor tan eximio de la figura humana, tuviera una cabeza tan antiartística. Pero así era Manuel González Méndez: cabeza cuadrada, bigotes de carabinero, ojos de susto, rostro sin luz amable…. pero ¡qué maravillas salían del pincel de este hombre casi incivil!
Gracias a los ingresos obtenidos por algunas ventas y por sus trabajos, pudo hacer realidad su sueño: construir una casa-estudio en el Paseo de los Coches de Santa Cruz de Tenerife, en la que lograría conseguir un ambiente, entre señorial y bohemio, como dijera el periodista Leoncio Rodríguez. En su luminoso taller, nuestro polifacético artista custodiaba sus mejores cuadros -que jamás quiso vender-, sus gubias y sus pinceles, sus paletas y sus esculturas, sus libros y bajorrelieves, sus recuerdos…
Maravilloso artista palmero, el pintor de más recia formación artística del siglo XIX y su labor fecunda es la que más variados aspectos presenta. Fino plasmador de la figura humana, la modela y dibuja con amor entrañable a través de toda su vida de artista fino y vigoroso a la par.
Regresa a Madrid y a Barcelona. Viaja a Génova, Roma y París. No cesa de tomar anotaciones, referencias, bocetos, trazas, ideas… El frío reinante en el fin del otoño hace menguar su ya delicada salud. Tiene añoranza del clima de sus amadas Islas a las que jamás volvería a ver. Algo recuperado, decide volver a España en su último y terrible viaje. De Marsella a Barcelona llegaría con casi un día de retraso debido a que se durmió en primer tren y no hizo el cambio de máquina, con lo que despertó justo a tiempo para que no fuera a parar muy lejos. De Narbona tuvo que coger el llamado tren de las gallinas debido a lo despacio e incómodo que era.
Escribiría dos días antes de su muerte: Me acordaré todo lo que me quede de vida de tan horrible viaje. Olvidaba decir que yo venía medio acatarrado y al día siguiente no podía materialmente moverme, con fiebre bastante alta y dolores tremendos de huesos, guardando cama hasta medio día.
Ya en Barcelona, su estado se agrava y no podrá ya levantarse de la cama. Solo, pobre y enfermo, el más grande de los plásticos canarios del siglo XIX moría en una humilde pensión de la ciudad catalana. Era el 9 de septiembre de 1909 y tenía sesenta y seis años. Ortega Abraham escribió que en la soledad de las últimas horas, nadie salvó su cuerpo de la fosa de beneficencia ni su memoria del olvido.
Las cenizas irrecuperables estarán para siempre en la Ciudad Condal. Un destino impensado para un hombre que, glorificado en su oficio por cuantos le conocieron, llevó más allá de su país el nombre de Canarias y más allá de la muerte su memoria.
En los últimos tiempos ha habido algún que otro recuerdo al maestro por parte de algunas instituciones. Por ejemplo, en 1970, la Agrupación de Acuarelistas Canarios organizó una exposición en el Círculo de Bellas Artes en su honor. En el mismo año, dentro del variado programa de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma incluyó una muestra colectiva en la que la obra de Méndez fue unánimemente elogiada. Otra exposición antológica del maestro tuvo lugar en 1979 organizado por la misma entidad capitalina. En 1984 el propio Ayuntamiento, en reconocimiento a su magistral trayectoria artística, perpetuó su memoria poniéndole su nombre a una de sus calles. También la Caja General de Ahorros de la provincia tinerfeña inauguró una exposición antológica de Arte y Cultura de La Laguna en el que hubo muchos elogios sobre el ilustre pintor y su obra.
Con Manuel González Méndez, nuestro desmemoriado país tiene una deuda insaldada. Un artista de tan amplios registros, de tan profunda sensibilidad no goza de la más leve referencia en las historias del arte español del siglo XIX. En cierta medida, es la reiteración de un centralismo político que no reconoció nunca los valores de los pueblos alejados del eje del poder y su influencia. En pocos creadores mediterráneos concurren los méritos objetivos que derrocha Méndez…
Category:
0
comentarios
0 comentarios:
Publicar un comentario